Qué nos enseña la historia de los movimientos noviolentos exitosos sobre la transición política en Burkina Fasso.
Por JONATHAN PINCKNEY
NOVIEMBRE 18, 2014
El 31 de octubre, el Presidente Blaise Compaoré, quien gobernó Burkina Faso por 27 años, fue derrocado tras una ola de protestas masivas en las dos principales ciudades del país. Aunque se reportaron incidentes de violencia durante las protestas, incluyendo el incendio y vandalismo del edificio del parlamento en Ouagadougou, la llamada “Revolución Lwili” (bautizada así por las ropas tradicionales usadas por la mayoría de los manifestantes) tuvo un carácter primordialmente de resistencia civil noviolenta, y derivó sus tácticas y su imaginario de las protestas de la primavera árabe de 2011.
Sin embargo, tal y como muestra la primavera árabe, el desafío más grande para Burkina Faso vendrá en las semanas y meses que se avecinan. Los líderes de Burkina Faso ya han aprobado un plan de transición y designado a un Presidente transicional para guiar las reformas durante el próximo año, pero todavía necesitarán sondar innumerables abismos a lo largo del camino. En épocas recientes, varias transiciones políticas que han seguido a campañas noviolentas, han resultado seriamente defectuosas. Los tiempos esperanzadores tras los cambios de regímenes en el Medio Oriente han sido seguidos por conflictos comunales en Yemen y violencia y atrincheramiento autoritario en Egipto. También en Ucrania, al derrocamiento noviolento del Presidente Viktor Yanukovych le ha sucedido una guerra civil.
Estos resultados son intrigantes, debido a que múltiples estudios han mostrado que, en general, las transiciones políticas que se producen como consecuencia de movimientos noviolentos tienden a ser más pacíficas y resultan en el establecimiento de democracias. Este tipo de transiciones tienen mejores resultados que las transiciones que se producen como resultado de campañas violentas o las transiciones iniciadas por élites políticas.
¿Entonces, por qué tantas transiciones recientes que se han producido como consecuencia de campañas noviolentas han tropezado con tantos problemas políticos de gran envergadura?
La respuesta puede estar en cómo estas campañas lograron el éxito. Yo he analizado cada campaña noviolenta orientada a lograr un cambio de régimen desde 1900 hasta 2006. De estas 87 campañas. 16 lograron el éxito por medio de un mecanismo similar al de Burkina Faso: un golpe de estado liderado por partidarios del viejo régimen, ya sean civiles o militares, que asumen el poder ostensiblemente en apoyo a los objetivos de la campaña. Antes de Burkina Faso, este mecanismo tuvo su mayor prominencia en los golpes de 2011 y 2013 contra los presidentes Mubarak y Morsi en Egipto.
Las campañas noviolentas que alcanzaron el éxito por medio de estos mecanismos fueron seguidos por una gran violencia política en el 50 por ciento de los casos, y sólo han conducido a la democracia en el 40 por ciento de los casos. Esto resalta en contraste con los mecanismos de éxito basados en un mayor consenso, a los cuales ha sucedido una gran violencia política en el 18 por ciento de los casos y han conducido a la democracia en el 65 por ciento de las oportunidades en que han sido empleados.
Estas diferencias se deben fundamentalmente a tres factores que caracterizan a estos “golpes por la democracia”: carencia de consenso político entre las élites del régimen y la oposición, carencia de iniciativa por parte de la oposición, y limitada construcción de capacidades políticas. Esta combinación privilegia a las viejas élites del régimen, reduce la presión en favor de reformas democráticas, reduce la legitimidad que se percibe para el proceso de transición política, y fragmenta la sociedad a lo largo de todas la fisuras pre existentes, lo cual conduce a un incremento de la probabilidad de violencia política.
Por ejemplo, el golpe de estado ejecutado en 2011 por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de Egipto, aunque fue emprendido ostensiblemente en apoyo de las protestas de la Primavera Arabe, sirvió primordialmente para cementar la posición de los militares con relación a sus rivales “amigotes capitalistas” del viejo régimen. Los generales fueron capaces de usar su derrocamiento del Presidente Mubarak para enmarcarse como si estuvieran del lado de los manifestantes. Al tomar las riendas en nombre de los manifestantes, el ejército fue capaz de desmovilizar a grandes segmentos de la oposición que se habían unido a las protestas de la Plaza Tahrir pero habían fallado en desarrollar una capacidad política organizada en los momentos que condujeron al golpe. Esto en última instancia condujo a la centralización del poder en manos de los militares egipcios, con el consiguiente ascenso del Presidente Abdel Fatah al-Sisi.
Además, estos tipos de incidentes tienden a repetirse, con efectos negativos cada vez mayores. Un golpe militar en Tailandia inspirado por un movimiento de resistencia civil contra el Primer Ministro Thaksin Shinawatra ha desatado un patrón casi continuo de avances y retrocesos y una disrupción política extra institucional que las élites del régimen, incluyendo los militares, han buscado resolver por medio de la coerción y la fuerza. Los ejemplos más prominentes de esto han sido la represión contra los manifestantes “Camisas Rojas” en 2010 y el golpe ejecutado en este año por el líder militar Prayuth Chan-ocha.
Estas tendencias arrojan serias dudas sobre los resultados a largo plazo en Burkina Faso. Aunque el derrocamiento del Presidente Compaoré por parte de la oposición noviolenta es inspirador, el mecanismo que condujo a su derrocamiento es poco probable que conduzca a la democratización o la paz interna. Por el contrario, es muy probable que en los próximos meses prominentes figuras dentro del ejército busquen utilizar sus nuevas posiciones para concentrar poder en sus manos, lo que conducirá a un nuevo y posiblemente más cruento autoritarismo y una continua inestabilidad política y, posiblemente, violencia.
Sin embargo, existen razones para la esperanza. En contraste con Egipto en 2011, los manifestantes en Burkina Faso han continuado movilizándose y han permanecido unificados en gran medida. Han continuado protestando contra el nuevo régimen militar, insistiendo en una transición gobernada por procesos constitucionales y basada en un amplio consenso político. (En la foto que se muestra arriba, un manifestante sostiene un cartel que reza “¡No a la confiscación de nuestra victoria. Viva el Pueblo!”) Este rechazo a aceptar el golpe militar como una expresión legítima de la visión del pueblo, sugiere que los manifestantes están determinados a lograr el éito a través de un mecanismo más positivo, basado en el consenso. De hecho, la insistencia de los manifestantes en la inclusión ya ha conformado un plan de compromiso con la transición que los líderes del ejército aprobaron el 14 de noviembre. El plan asegura que tanto los jefes interinos de estado como de gobierno sean civiles, y que la oposición y los líderes de la sociedad civil tengan un papel en escoger al vocero del Consejo de Transición Nacional. De acuerdo con este compromiso, Burkina Faso inauguró el 18 de noviembre a su nuevo Presidente, el ex Embajador ante Naciones Unidoas, Michel Kafando, como Presidente Transicional. Aunque Kafando se encontraba entre los candidatos escogidos por los militares para la posición, es un civil y un diplomático de carrera, así que su designación marca un éxito notorio para los manifestantes.
Esto resulta muy alentador. Las campañas de resistencia civil que emplean mecanismos basados en el consenso como negociaciones o elecciones, han tenido un record mucho más positivo. La información histórica sugiere que una transición política negociada por medio de la movilización de la sociedad civil, manteniendo a la vieja guardia rindiendo cuentas, y una movida rápida a elecciones democráticas dentro del marco de tiempo establecido por la constitución de Burkina Faso, es la mejor oportunidad para que el país obtenga un resultado positivo a largo plazo.
A medida que las campañas para cambio de régimen por parte de civiles desarmados continúan rediseñando el paisaje político del mundo moderno, resulta cada vez más crítico entender las dinámicas de estas campañas y sus secuelas. Las lecciones de la resistencia civil durante el último siglo proveen revelaciones cruciales sobre cómo varían a largo plazo los efectos de estas campañas, y cómo los activistas y los políticos pueden influenciar estos resultados para orientarlos hacia una mayor democracia y paz social.
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